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Introducción

En estos cuatro módulos vamos a aprender juntas y juntes sobre los feminismos, su importancia para analizar y darle vuelta a la realidad pero también su enorme capacidad para transformar la vida, no sólo de nosotras las mujeres y las diversidades sexogenéricas, si no de todos. Para eso los feminismos han buscado históricamente dialogar con otras luchas y otras ideas, y así fortalecerse y al mismo tiempo ampliarse. Veremos que los diversos feminismos son un camino abierto para comprender y cambiar lo que acontece, pero también para construir un mundo más justo, donde se coloca en el centro la relevancia de la vida humana, la justicia social, la dignidad y también la urgencia de volver a tener una relación armónica y no mercantil con la naturaleza.

CONTENIDOS

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ALEJANDRA SANTILLANA ORTÍZ
Socióloga e investigadora, Instituto de Estudios Ecuatorianos y Observatorio del Cambio Rural. Doctorante en Estudios Latinoamericanos en la UNAM, México. Ha investigado sobre el campo popular y los movimientos sociales, la relación entre feminismos y marxismo, y las mujeres en la ruralidad. Es parte del GT de Estudios Críticos de Desarrollo Rural y del Grupo Red de género, feminismos y memorias de América Latina y el Caribe de Clacso; de la Cátedra Libre Virginia Bolten; y del Gender Economic And Ecological Justice de la Red de Feministas del Sur Global, DAWN. Además, pertenece al Foro Feminista contra el G20, la Confluencia Feminista del FSM, el grupo de trabajo Justicia Digital Feminista y a Ruda Colectiva Feminista.

SESIÓN 1:

En la diversidad está nuestra fortaleza

En este primer video aprenderemos juntas sobre los feminismos, sus conceptos centrales y algunas de sus corrientes.

Hacia finales del siglo XIX en Europa la herencia de los triunfos de la revolución francesa se materializó en los ideales de la igualdad y la libertad. Se creó “un nuevo espacio democrático desconocido hasta entonces, empezó a abrirse paso la idea de que si la libertad y la igualdad debían existir, no podían excluir a la mitad de la población” (Arruzza 2015:27). Las mujeres de sectores medios y altos se concentraron en la demanda por los derechos civiles y políticos (derecho a votar, a la propiedad privada y a la herencia, al divorcio), a la educación, la cultura y el desarrollo profesional. Esto se llamó feminismo liberal o burgués. Mientras que las mujeres obreras se organizaron en sindicatos por la liberación de las mujeres del trabajo doméstico, la independencia económica del hombre a través de la plena participación en la actividad productiva, la lucha por el mismo salario frente a un mismo trabajo, por la reducción de horas de trabajo que alcanzaban en alguno sectores industriales a las 18 horas seguidas, y por los derechos laborales como la huelga. A ellas en cambio se les conoce como feministas revolucionarias o marxistas.

Ambas corrientes fueron fundamentales para la lucha de las mujeres en el mundo, y es que gran parte de sus demandas y conquistas permitieron que el resto de mujeres podamos acceder a ciertos derechos y que nuestra vida cotidiana cambie.

Pero no crean que solo las mujeres europeas estaban luchando, en lo que ahora conocemos como América y que antes se llamaba Abya Yala, también las mujeres de distintos sectores sociales, campesinas, indígenas, negras, mestizas estaban en estos territorios peleando contra los impuestos coloniales, por la Independencia del yugo español. A pesar de que muchas veces los feminismos hegemónicos del Norte o blancos no han reconocido estas gestas históricas llevadas a cabo por las mujeres del Sur y racializadas, y no se les haya nombrado como feminismos; las corrientes feministas de las últimas décadas, sobre todo las comunitarias y del Abya Yala, han hecho un enorme trabajo en contarnos la otra historia.
Sin embargo, la realidad a lo largo del siglo XX y XIX implicó la consolidación del capitalismo, que es la forma en cómo se organizan la economía, la política, las relaciones, etc. y que está basada en la acumulación de unos cuantos (los dueños de los medios de producción) de la riqueza generada por el trabajo de unas muchas (la clase trabajadora que no tiene más que su fuerza de trabajo) y del despojo a la naturaleza (extracción de petróleo, minerales, etc.). Estos siglos mostraron los enormes límites que tienen los regímenes políticos y el Estado para concretar las libertades, derechos e igualdades de las mujeres y personas LGBTIQ+, las personas empobrecidas, los pueblos y nacionalidades indígenas, negros y afrodescendientes, las y les niñes, las y les jóvenes, las personas en situación de movilidad humana.

Es por eso que a lo largo del siglo XX y XIX los feminismos fueron diversificándose y problematizando todos los temas. Se convirtieron en teoría, pero también en movimiento social y político. Los feminismos han transformado la vida de muchas mujeres, y también de muchos hombres; han cambiado las políticas públicas y las normativas; han alcanzado derechos; han contribuido a la teoría, a la justicia, a la economía e inclusive han modificado la manera en cómo nos identificamos y cómo nos relacionamos, con nuestras madres, hijas, abuelas, amigas, compañeras y hasta con nuestras parejas.
Pero antes de contarles sobre los feminismos, revisemos tres conceptos claves que nos permitirán comprender mejor lo que viene:

Sexo:
Son atributos biológicos (tener útero, vagina, pene) que definen nuestra condición reproductiva.

Género:
Son atributos sociales y culturales que cambian con el tiempo, y que definen roles, comportamientos o responsabilidades diferenciadas entre hombres y mujeres.
Los roles de género se conciben como el papel diferenciado que se asignan a hombres y mujeres basados en las diferencias biológicas entre los sexos. Al rol de las mujeres corresponden las responsabilidades de la crianza, la educación, la atención y cuidado de los miembros de la familia y organización y mantenimiento del hogar, actividades éstas que constituyen lo que se define como “trabajo reproductivo”. Por su parte, los varones tienen asignado el “rol productivo”, papel central para ellos vinculado a la actividad económica o actividad “productiva”, como “proveedores” del núcleo familiar.

Amaia Pérez Orozco (2015) sugiere que, los sistemas de género establecen tres niveles de observación desde los que se caracteriza al género: a) como base de los valores normativos (identidad social de género) que se constituyen a partir de los patrones sociales asociados a características aparentes, corpóreas y visibles proyectadas sobre los grupos sociales, en concreto, el de las mujeres y los hombres; b) como un principio organizador de la estructura social (posición social de las mujeres y los hombres) mediante el cual las actividades de mujeres y hombres en una sociedad están segregadas en función de su sexo (Rodriguez, 2015); y, c) como un componente de la identidad personal. Además estos roles de género también definen cuál es la esfera privada y cuál la esfera pública, la privada suele ser tildada de “personal”, “secundaria”, “particular” y no política; la pública en cambio es vista como política, importante y universal. Algunos feminismos han planteado que en la esfera privada están las mujeres y en la pública, los hombres, de esta manera se estaría reproduciendo la dependencia finaniera de las mujeres en relación a los hombres, produciéndose lo que Federici llama “patriarcado del salario”.

Otros feminismos sin embargo han cuestionado desde hace algunas décadas esta definición tan tajante. Por ejemplo los feminismos negros, comunitarios trans nos recuerdan que en el transcurso de la historia, las mujeres racializadas y empobrecidas han salido de sus casas al mercado laboral remunerado para hacer trabajo del hogar en hogares que no son los suyos, o han estado en las calles haciendo trabajo sexual remunerado o en los mercados de las ciudades. De esta manera la esfera pública y privada no son dadas únicamente por la condición de género, si no también por otras condiciones establecidas por la estructura racista, de clase y por la relación campo-ciudad.

Patriarcado:
Es una manera de pensar, actuar y organizar el mundo que gira en torno a la idea de que lo masculino es superior a lo femenino, es decir que el hombre y aquello que se lee socialmente como masculino predominante vale más que la mujer o lo que socialmente se entiende por femenino. En síntesis, el patriarcado es una forma histórica de dominación que afecta fundamentalmente a las mujeres y las cuerpas feminizadas, y que otorga poder y privilegios a los hombres y a los cuerpos masculinos.

Ahora sí, pasemos a los feminismos diversos.

Están las feministas que plantearon la idea de que el patriarcado es un régimen basado en el género y que éste es el más importante de todas las opresiones. Ellas hicieron un gran trabajo para pensar esa opresión y sus consecuencias sobre nosotras… pero dejaron de lado las otras formas de poder, explotación y dominación que operan también sobre nosotras y nos atraviesan de diferente manera.

Una de las corrientes que complejiza la noción de patriarcado y género es sin duda lo que se conoce como feminismo marxista, que pone esta discusión en diálogo con el capitalismo.

Las feministas marxistas retomarán los postulados del marxismo clásico, los ampliarán y cuestionarán en torno a la idea de división sexual del trabajo, la importancia del trabajo de cuidados no remunerado y la separación del ámbito productivo del reproductivo como elementos centrales del origen y desarrollo del capitalismo, así como de la propia reproducción de la vida. En este sentido, la división sexual del trabajo da cuenta de la manera estructural, sistémica e histórica en que el trabajo productivo y reproductivo ha sido socialmente distribuido, asignado, reconocido/invisibilizado, en el modo de producción capitalista. Proponen que 1) que el capitalismo no sería posible desde su origen sin una división sexual del trabajo y por lo tanto sin la separación del trabajo productivo y reproductivo; 2) que en el desarrollo del capitalismo, el trabajo productivo fue reconocido como trabajo, asignado socialmente a los hombres, generalmente realizado fuera del espacio familiar y doméstico, y con remuneración; 3) que en ese mismo desarrollo, el trabajo reproductivo no fue reconocido como trabajo si no como característica “natural” de la existencia de las mujeres, parte de su amor por la familia, los hijos, el marido y el mundo, por lo tanto vinculado al ámbito doméstico y sin remuneración; 4) que si bien el trabajo productivo crea mercancías que permiten la reproducción del capitalismo porque guardan tanto valor de uso como valor de cambio y por lo tanto plusvalor apropiado por el capitalista y generado por la explotación del trabajador; el trabajo reproductivo permite no solo la reproducción de la fuerza de trabajo, sino la reproducción de la vida en general; 5) que la reproducción no se circunscribe al ámbito doméstico del hogar si no al conjunto de lo social y de la naturaleza, por lo tanto la reproducción tiene un carácter social que sostiene al capitalismo; 6) que quienes realizan el trabajo de reproducción y cuidado son mayoritariamente mujeres que pueden politizar este lugar socialmente asignado, ser sujetos y actores políticos y organizarse.

Están los feminismos negros antiracista que colocan el problema del racismo como elemento estructural del orden mundial y de cómo el capitalismo no podría existir sin la esclavitud de la población negra. Son las mujeres negras quienes crearon la idea de interseccionalidad: “el fenómeno por el cual cada individuo sufre opresión u ostenta privilegio en base a su pertenencia a múltiples categorías sociales”, es decir a cómo la opresión y el privilegio no tienen solo que ver con ser mujer u hombre si no que son resultado de un conjunto de fenómenos como la raza y la clase. Los feminismos negros cuestionan la idea de que exista una sola categoría de mujer, y que la relación entre mujeres desiguales y racializadas pueda darse sin conflictos y tensiones. Para ellas toda relación con otras es política y parte de nombrar privilegios y opresiones que nos atraviesan.

Desde el Sur, también se hicieron presentes los feminismos comunitarios y populares. Este conjunto de planteamientos provienen de las organizaciones de mujeres indígenas rurales y de las periferias urbanas de Guatemala y Bolivia y es lo que conocemos como feminismos comunitarios, no solo porque colocan la discusión del patriarcado originario, colonial y actual si no porque constituyen una crítica a los postulados de los feminismos blanqueados y los argumentos estadocéntricos. En efecto, el feminismo comunitario sostiene que previamente a la colonización de los territorios del Abya Yala, existía una forma social de patriarcado originario asentado en la explotación de las mujeres. Considera que los pueblos y nacionalidades indígenas del Abya Yala son sociedades originarias que tienen sus “propios principios y valores sagrados que se fundamentan en la complementariedad y dualidad, como dos regentes para controlar el equilibrio entre mujeres y hombres, y con la naturaleza, para una vida armónica. Fundamento que manifiesta una construcción de dualidad y complementariedad basada en la sexualidad humana heteronormativa” (Cabnal, 2010). Esta heterorealidad cosmogónica constituye un mandato para mujeres y hombres, y de las personas en relación con el cosmos y está basada en la idea de que las mujeres son complementarias a los hombres, y cuyo lugar en la estructura de pueblos y nacionalidades indígenas permite la reproducción social, biológica y cultural (Cabnal 2010). En el patriarcado ancestral, las mujeres indígenas cargan con “el rol de cuidadoras de la cultura; protectoras, reproductoras y guardianas ancestrales del patriarcado originario, lo que reafirma en sus cuerpos la heterosexualidad, la maternidad obligatoria y el pacto ancestral masculino”(Cabnal 2010).

Ese régimen subyace a la conquista, el genocidio y la colonización, y habilita las posibilidades para el establecimiento de un orden colonial que utiliza y controla el cuerpo de las mujeres para despojar tierras, saberes y recursos, y para garantizar mano de obra superexplotada para las necesidades de la economía colonial y posteriormente para el desarrollo del capitalismo. Esta explotación y dominio fue posible mediante la imposición de violencia y sometimiento de las mujeres de pueblos y nacionalidades indígenas.

En conversación con los feminismos comunitarios, se encuentran los feminismos que colocan el debate sobre la naturaleza y la reproducción de la vida como factores centrales para comprender el orígen y desarrollo del capitalismo: sin el despojo a la naturaleza en territorios de pueblos y nacionalidades indígenas y negros, sin el trabajo de cuidado de la naturaleza realizado por las mujeres y sus comunidades no se podría sostener la vida humana y no humana. 

Algunas feminismos consideran que uno de los espacios donde se reproducen las injusticias y las desigualdades es el Estado. Por eso muchas feministas han decidido entrar a la estructura del Estado y a sus instituciones para intentar cambiar lo que ocurre. Cada vez hay más mujeres declaradamente feministas que se han propuesto elaborar leyes y políticas públicas y de esta manera mostrar que las mujeres si pueden hacer política y modificar la realidad.

Su paso no ha sido fácil, tienen que enfrentarse a los estereotipos ya caducos, a violencia política, a la deslegitimación y cuestionamientos machistas, a ambientes hostiles y a que muchas de ellas siguen cargando con el enorme trabajo no remunerado y de cuidados. Tampoco la relación con el movimiento feminista ha sido sencillo, otras corrientes se preguntan si es que es posible cambiar las cosas dentro del Estado o si el propio Estado es un problema.
Y finalmente, están los feminismos queer, marikas, transfeministas que han planteado que lo que se instauró en nuestras sociedades es heteropatriarcado. El heteropatriarcado es un sistema social basado en la división binaria (hombres y mujeres), desigual y jerárquica de los géneros que recoge la diferencia sexual y biológica como una única manera de construir relaciones. Los transfeminismos desordenan lo que nos enseñaron como natural: familia, identidad, cuerpos.

En definitiva, los feminismos surgen porque el orden que se ha establecido nos afecta de manera desigual y diferente a nosotras. Somos las que más trabajo no remunerado hacemos en el mundo (76% de trabajo no pagado es realizado por mujeres), las que menos acceso a la educación y la seguridad social, las que menos tenemos vivienda propia, tierra o crédito, las que más nos vemos afectadas por la movilidad humana y el cambio climático, las que aún en muchos países no contamos con salud pública integral, ni maternidades plenas, ni acceso a la interrupción de embarazos no deseados, y somos las que sufrimos las violencias machistas.

Los feminismos nos sirven para cuestionar el orden establecido, la normalidad de las cosas, todo aquello que nos dicen así mismo es. Y también son una herramienta para cambiar la injusticia.

Y es que sin feminismos no hay democracia, ni revolución, ni justicia.

SESIÓN 2:

Feminismos: violencias y movilidad humana

Sabemos que todos los problemas son urgentes cuando se trata de la vida de las mujeres, sin embargo hemos escogido dos que son fundamentales que condicionan la vida de las mujeres: las violencias patriarcales y la movilidad humana. 

Uno de los mayores males que condicionan la vida de las mujeres, de las niñas y adolescentes, es sin duda la violencia machista. En el año 2008, la Constitución de la República del Ecuador, establece que el Estado es un Estado de derechos que reconoce y garantiza a las personas el derecho a una “vida libre de violencia en el ámbito público y privado” (Art. 66.3 b).

Violencia física: Todo acto de fuerza que cause, daño, dolor o sufrimiento físico en las personas agredidas cualquiera que sea el medio empleado y sus consecuencias.

Violencia psicológica: Constituye toda acción u omisión que cause daño, dolor, perturbación emocional, alteración psicológica o disminución de la autoestima de la mujer o familiar agredido.

Violencia sexual: Se considera violencia sexual la imposición en el ejercicio de la sexualidad de una persona a la que se le obligue a tener relaciones o prácticas sexuales con el agresor o con terceros, mediante el uso de fuerza física, intimidación, amenazas o cualquier otro medio coercitivo.

Violencia obstétrica es un tipo de violencia de género que ocurre cuando en el embarazo, parto y postparto el personal de salud ejerce prácticas que, de alguna manera, no son respetuosas con la madre y el bebé.

Violencia patrimonial: La transformación, sustracción, destrucción, retención o distracción de objetos, documentos personales y valores, derechos patrimoniales o recursos económicos destinados a satisfacer las necesidades de las víctimas.

Y aunque no está incluida en la tipificación de violencias tanto de la Ley para Prevenir y Erradicar la Violencia de Género como en el Código Penal del Ecuador, la violencia vicaria también es parte de las violencias machistas y de género. Esta violencia se refiere a toda violencia hacia las mujeres y cuerpas feminizadas “en la que se perjudica dañando a las personas más preciadas para ella como pueden ser sus hijas e hijos, madres, padres, etc.
De esta manera el maltratador espera perpetuar el maltrato asegurando un daño permanente y seguro para continuar obligando a la mujer a ceder y tolerar a sus peticiones porque sabe que el mayor bien para la mujer son sus hijes y personas queridas”.

Los resultados de la Encuesta Nacional de Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las Mujeres del 2019, son contundentes: 6 de cada 10 mujeres en Ecuador hemos sufrido violencia de género en algún momento de nuestras vidas.

De acuerdo a Amnistía Internacional, “hasta septiembre de 2022, cerca de 7.1 millones de personas venezolanas han salido de su país. Ecuador es el tercer país receptor de personas venezolanas en el mundo, luego de Colombia y Perú. A finales de 2022, 803.000 personas venezolanas se encuentren en Ecuador, 551.000 en destino y 252.000 en tránsito. Las mujeres representan aproximadamente el 50% de las personas venezolanas refugiadas en Ecuador” (2022).

Esta realidad se repite con el resto de personas que se encuentran en situación de movilidad humana: según UNFPA, “ de las 250 millones de personas que migran, casi la mitad de los migrantes son mujeres y niñas. Y, cada vez más, las mujeres migran solas o como cabezas de familia”.

Muchísimas de las personas que salen de sus países lo hacen porque hay conflictos armados, porque las condiciones de vida y económicas en sus países son muy precarias y duras.

Pero las mujeres que migran se enfrentan a riesgos muy graves como la explotación sexual, la trata de seres humanos y las violencias: “Las mujeres y las niñas representan el 71 por ciento de todas las víctimas de trata de seres humanos, según un informe de 2016 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito”.

En Ecuador por ejemplo, en un estudio realizado por Plan Internacional, el 72% de mujeres venezolanas consideran que esta población enfrenta algún tipo de violencia de género en Ecuador. Las formas de violencia más recurrentes son la violencia psicológica en el espacio público y privado (51%), acoso sexual en el trabajo (41%), agresiones físicas dentro del hogar (32%) y control de ingresos (10%).

Las familias que se encuentran en extrema dificultad también pueden adoptar mecanismos que ponen en peligro el bienestar de las mujeres y las niñas: trabajo sexual, matrimonios infantiles y forzados, etc. Cuando esto ocurre, muchas migrantes mujeres y niñas carecen de recursos, sistemas de apoyo y conocimientos para buscar ayuda.

Además, las migrantes se enfrentan a una doble discriminación, como mujeres y como migrantes. La gran mayoría de mujeres se encuentran con sociedades de destino racistas y xenófobas. Y es que a pesar de que las personas en situación de movilidad humana contribuyen con su trabajo a generar riqueza, pareciera que a los Estados, los medios y a la población receptora, eso no les importara. Los discursos que criminalizan a quienes migran afectan aún más a las mujeres y niñas quienes son discriminadas y explotadas también por su condición de género: acoso sexual, laboral, peor paga, ausencia de derechos laborales, falta de acceso a asistencia sanitaria sexual y reproductiva, incluida la planificación familiar, los servicios prenatales y la asistencia para tener un parto seguro.

Las mujeres en situación de movilidad humana viven además violencia vicaria, y es que en su condición los escenarios donde los agresores pueden usar sus pocos vínculos cercanos para violentarlas.

Es por eso que desde hace un tiempo, debido a la violencia generalizada, los conflictos armados y el empeoramiento de condiciones económicas, la movilidad humana ha modificado los territorios, las sociedades, la economía y la cultura así como ha desafiado al propio Estado nación.

En ese escenario, los feminismos no se han hecho esperar. Las organizaciones y redes de cuidado de las mujeres migrantes, así como la incorporación de la movilidad humana en los debates y acciones feministas son fundamentales. Cada vez hay más iniciativas feministas que recuperan la noción de frontera, de camino o de territorio para referirse a la migración y para integrar las voces de las mujeres en situación de movilidad humana, sus demandas, sus duras experiencias y condiciones, sus estrategias de existencia y convivencia y sus enormes aportes a la sociedad.

SESIÓN 3:

Feminismos como ventana

Los feminismos son formas de mirar y comprender el mundo que nos ayudan a desentrañar la realidad, a entender que hay detrás, qué es lo invisibilizado, qué razones operan para que algo no se vea, se nombre y se cambie. Y es que a pesar de que las cifras nos muestran que la situación de nosotras no está nada bien y que las condiciones de vida son aún más difíciles para las mujeres racializadas, empobrecidas y en situación de movilidad humana; los feminismos de los últimos años han levantado varias claves para que transformemos nuestras vidas y las de otras. Aquí exploramos algunas.

Los feminismos también han pensado la relación entre nosotras. Algunos han propuesto la idea de sororidad, como esa forma de estar entre mujeres, de manera solidaria, no en competencia como nos han enseñado. Que si soy más joven, más flaca, más bonita, más inteligente que la otra.

Sin embargo, para feminismos como los negros, esta idea de sororidad invisibiliza otras formas de opresión entre nosotras, es decir de las relaciones de poder que también hay entre mujeres y que se producen entre otras cosas por las desigualdades que existen y por la mediación patriarcal.

El entre mujeres existe y es un camino de enlace, lucha y creatividad (Gutiérrez et al 2018), es una práctica distinta de cómo nos relacionamos, es la recuperación del linaje y la historia de las mujeres de nuestras familias, comunidades, organizaciones, de la amistad con muchas, es la revalorización de nuestra palabra diversa, del deseo propio y colectivo, de la soberanía sobre nuestros cuerpos y sus saberes, de vínculos inmediatos que cuestionan y trascienden la mediación patriarcal y que se sitúan en la vida cotidiana.

Pero…¿es tan sencillo decir que queremos caminar entre nosotras y nosotres? ¿podemos caminar con todas y todes?

Hace poco la antropóloga argentina feminista Rita Segato decía que el estar juntas es acoplar un pluralismo radical, no es bajar línea y que otras obedezcan, estar juntas es combatir dos males de la política tradicional que se han inflitrado en los feminismos, el centralismo democrático y la acumulación de fuerzas. El primero es pretender obediencia de unas a otras. Y el segundo es pactar a nombre de cualquier cosa para acumular poder. Estas dos maneras no sirven.

Entonces estar juntas es: pensar en conversación, deliberar entre múltiples voces. ¿Cuál es el límite? Que podemos deliberar siempre y cuando todas esas posiciones acojan la pluralidad, y no niegan derechos. Por ejemplo, no es posible dialogar con quienes creen que las mujeres en situación de movilidad humana venezolanas nos quitan el trabajo, o quienes creen que las mujeres no son seres humanos completos y no tienen derechos.
Del qué hacer al cómo hacer. Política en feminista

En la historia de nuestros países, sociedades y también en la historia de nuestra vida cotidiana, los feminismos han trastocado el orden de lo establecido. Desde las movilizaciones en las calles, la disputa por leyes y normativas, la defensa de los territorios, los encuentros transfeministas y plurinacionales, las redes de cuidado entre nosotras, las formas de justicia feminista alternativas, la politización del trabajo de cuidados, hasta la participación en el Estado, el trabajo en las universidades y espacios de formación.

Sin embargo…

Nosotras sabemos que no basta con posicionar y avanzar en demandas feministas, que no es suficiente el qué hacer, si no que es necesario caminar hacia formas de hacer diferentes. Para los feminismos actuales no es solo el fondo si no también la forma, para nosotras esto no está separado. Los feminismos actuales apuestan también por otras maneras de hacer política, y no solo política en un cargo público, o siendo candidatas a algo, si no es hacer política en nuestras comunidades, redes, organizaciones.

Una de las propuestas que además ya existen en la vida de muchos espacios es hacer “política en femenino”…pero ¿qué es eso?

Primero pensar en conversación, no de espaldas a alguien, no como acuerdos que se viran porque alguien ofreció un mejor puesto en la candidatura. No, un pensar deliberando, discutiendo, abordando los conflictos.

Segundo es una política orientada para la contingencia, es decir para lo práctico, la vida cotidiana. Es una política que le importa el proceso para llegar a algo, y no como tradicionalmente se piensa, que es el fin el que justifica los medios. Soluciona problemas, resuelve y gestiona y sobre todo pone en el centro el cuidado de la vida humana y no humana. Por eso es una política que, sin dejar de imaginar un futuro, piensa en el aquí y ahora. Tiene que ver más con el estar y no tanto con el ser, es por lo tanto concreta no abstracta.
Una de esas posibilidades de hacer política de otra forma es el arte y su diálogo con los feminismos. El arte es un lenguaje que abre caminos que pasan por la experiencia sensible, por el cuerpo. Y es también trabajo.

Sabemos que el arte y más aún en países primario exportadores, dependientes y empobrecidos como los latinoamericanos, es un trabajo precarizado y feminizado. Cuando hay crisis o falta plata en los presupuestos uno de los ámbitos que primero son desechados, abandonados, cancelados o desfinanciados, es el arte. El trabajo artístico es difícil de valorar de acuerdo a los parámetros tradicionales capitalistas y más cuando implican una discusión sobre el tiempo de trabajo puesto, o si este es eficiente. Por eso es que la mirada feminista en el arte incorpora conceptos, nociones y prácticas que tienen que ver con los afectos, las relaciones de poder, el trabajo remunerado y no remunerado, los cuidados, la precarización del trabajo artístico, los lenguajes y representaciones, la potencia pedagógica y transformadora.

Violencia física: Todo acto de fuerza que cause, daño, dolor o sufrimiento físico en las personas agredidas cualquiera que sea el medio empleado y sus consecuencias.

Violencia psicológica: Constituye toda acción u omisión que cause daño, dolor, perturbación emocional, alteración psicológica o disminución de la autoestima de la mujer o familiar agredido.

Violencia sexual: Se considera violencia sexual la imposición en el ejercicio de la sexualidad de una persona a la que se le obligue a tener relaciones o prácticas sexuales con el agresor o con terceros, mediante el uso de fuerza física, intimidación, amenazas o cualquier otro medio coercitivo.

Violencia obstétrica es un tipo de violencia de género que ocurre cuando en el embarazo, parto y postparto el personal de salud ejerce prácticas que, de alguna manera, no son respetuosas con la madre y el bebé.

Violencia patrimonial: La transformación, sustracción, destrucción, retención o distracción de objetos, documentos personales y valores, derechos patrimoniales o recursos económicos destinados a satisfacer las necesidades de las víctimas.

Y aunque no está incluida en la tipificación de violencias tanto de la Ley para Prevenir y Erradicar la Violencia de Género como en el Código Penal del Ecuador, la violencia vicaria también es parte de las violencias machistas y de género. Esta violencia se refiere a toda violencia hacia las mujeres y cuerpas feminizadas “en la que se perjudica dañando a las personas más preciadas para ella como pueden ser sus hijas e hijos, madres, padres, etc.
De esta manera el maltratador espera perpetuar el maltrato asegurando un daño permanente y seguro para continuar obligando a la mujer a ceder y tolerar a sus peticiones porque sabe que el mayor bien para la mujer son sus hijes y personas queridas”.

Los resultados de la Encuesta Nacional de Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las Mujeres del 2019, son contundentes: 6 de cada 10 mujeres en Ecuador hemos sufrido violencia de género en algún momento de nuestras vidas.

SESIÓN 4:

Feminismos como puente

En los últimos años el movimiento feminista y transfeminista, plural, situado y al mismo tiempo internacionalista y solidario ha logrado articular distintas luchas y diferentes maneras de pensar la realidad que configuran una suerte de teoría alternativa del poder que coloca en el centro la discusión sobre la reproducción y cuidado de la vida, la producción de lo común desde saberes y experiencias situadas y la politización de otras esferas que no han sido tradicionalmente consideradas como “política”.

A partir de las masivas convocatorias del movimiento feminista en el 2017, fundamentalmente del Sur Global (Argentina, Corea, Polonia), para los paros internacionales de mujeres en el 8 de marzo; se fue gestando en el movimiento feminista de más de 100 países, y de manera solidaria e internacionalista, una serie de tramas de reflexión, acción y deliberación al interior del movimiento que muestran la enorme capacidad de articulación de distintas problemáticas, actores y saberes que fortalecieron, ampliaron y diversificaron a los feminismos, tanto en su capacidad de impugnar, cuestionar y reinventar a los movimientos sociales, a la forma de hacer política, e inclusive a la lucha de clases (Korol 2015); como en su aporte a las teorías del pensamiento crítico que abona en la construcción de otros debates (Richards 2021).

Aquello que la investigadora argentina Verónica Ggao a denominado como la potencia feminista (2019) es sin duda la posibilidad latente de los feminismos actuales para: articular distintas dimensiones de la realidad (clase, género, raza, edad, condición); pensar situadamente (parcialmente y como proceso); para pensar y hacer (nunca solo pensar, nunca solo hacer); para dar cuenta de la masividad de los feminismos y sus múltiples lugares; para ampliar las nociones clásicas sobre trabajo, cuerpo, política “una política que hace del cuerpo de una el cuerpo de todas” (Gago 2019), en síntesis una “manera de actuar y narrar políticamente que le hace frente a un modo de violencia contra las mujeres y los cuerpos feminizados que pretende neutralizarnos y anularnos políticamente” (2019)

¿Qué han significado los paros feministas? Colocar el trabajo de cuidados como trabajo y no amor femenino; dar cuenta de su enorme importancia en la vida y en el sostenimiento del sistema; una relación en tensión, exigencia y configuración con, contra y más allá del Estado; una serie de alianzas insólitas donde el sujeto del feminismo ya no son solo las mujeres, y solo las denominadas feministas; una fuerza que desborda todo lo aprendido y que desafía las mismas nociones de olas feministas.
En ese sentido, las posibilidades que nos abren los paros y el accionar de los feminismos en estos últimos años nos plantean otra discusión: ¿cómo construimos lo común y gestionamos las diferencias como fortaleza y no como fragmentación?

Lo cierto es que el neoliberalismo, como forma actual del capitalismo que busca privatizar todo, reducir la inversión social, la justicia y los derechos, despojar y aumentar el trabajo explotado y precarizado, etc. ha capturado la idea de identidad. Las identidades, la definición del yo suele ser un obstáculo para construir algo que nos resuelva los problemas y desafíos comunes que tienen nuestras vidas. En los feminismos este es un gran debate. Por ahora lo que nos parece fundamental es pensar en construir identidades estratégicas y no esencialistas (mucho menos biologicistas) que nos permitan caminar en lo que tenemos en común y no siempre en todo lo que nos diferenciamos.
Esa producción de lo común es sin duda un camino dentro de los feminismos que nos remite también a pasar sobre lo que entre nosotras y nosotres podemos construir pero que trasciende la identidad de ser mujer u otra, porque se plantea como otra manera de hacer política que alumbra al resto de organizaciones, problemáticas, actores.

Imaginemos por ejemplo si antes de poner la ideología por delante y decir tú eres de tal partido, tú de otro, colocamos en común algo que nos preocupa, algo que condiciona nuestras vidas, algo que queremos resolver y entonces sobre esa base debatimos y hacemos algo sobre cómo queremos cambiar algo que nos afecta. Quizás los feminismos pueden ser una ventana para que en vez de cancelarnos porque pensamos diferente, podamos deliberar con todos aquellos espacios, personas, instituciones, actores sociales que no restringen derechos y acogen la pluralidad, para construir algo que finalmente logre lo que queremos: que nuestras vidas cotidianas se transformen para mejor.

Los feminismos no están contra los hombres sino contra el sistema patriarcal, por lo tanto no es un “asunto de mujeres” es un tema sobre el poder y la injusticia que atañe a toda la sociedad.

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Publicado en Feminismos